Política ficción, una vez más
En un lejano país que a veces se parece bastante a éste, los estudiosos de la ciencia política están especialmente contentos. Tanto, que a alguno hasta se le ha visto de nuevo sonreír ante un chiste sobre Schumpeter.
Son legión los profesores y catedráticos, teóricos de eso de la cosa pública, que cada vez se encontraban con mayores dificultades a la hora de explicar en qué se diferenciaban las propuestas de los dos partidos mayoritarios de aquella lejana democracia, tan imperfecta como la nuestra. Resultaba más sencillo explicar en una cata ciega las diferencias entre dos conocidos refrescos de cola que entre ambas formaciones. Sin embargo, la realidad, a veces tan ingrata, acaba de proporcionarles un ejemplo que podrán repetir hasta la saciedad en tertulias, columnas periodísticas y clases magistrales.
Pese a las escasa diferencias en su política económica, uno de esos partidos (el que transita el centro por el carril izquierdo) hace bandera de su defensa de lo público, mientras al otro (que se dirige hacia el centro por el otro carril, aunque a veces escore hacia el arcén) lo convierte en adalid del sector privado. Una tesis que acaba de encontrar su confirmación.
En ese lejano país, un alto cargo del segundo partido, que desempeñó importantes responsabilidades en materias relacionadas con las infraestructuras y la construcción, fue contratado, tras dejar su puesto en el gobierno, por una de las empresas beneficiadas por sus adjudicaciones (igual no muy bonito pero, en aquel momento, totalmente legal, al parecer). Aunque ahora, tras unos apretados comicios, se le espera de vuelta en el ejecutivo, y con mayor responsabilidad, creo que queda clara su apuesta personal por la economía privada.
Bien. El puesto al que (dicen) aspira este hombre está todavía ocupado en funciones por una mujer que, tal vez (de tener esa misma querencia por el sector privado), podría optar por un futuro similar a ése. Sin embargo, durante el ejercicio de su cargo, la señora en cuestión obtuvo una plaza (de una forma, dicen, tampoco demasiado estética) en una universidad. Y aquí es donde se marca la distancia entre ambas ideologías (o actitudes), ya que la institución académica en cuestión es, sobre el papel y mientras Bolonia no diga lo contrario, total y absolutamente pública. La diferencia entre ambos casos es, pues, notoria y ejemplificante de las opciones de cada partido.
Por supuesto, cualquier parecido con la realidad, o con lo que sucede mucho más cerca de nosotros, es pura coincidencia o fruto de la mente enferma del que esto lee. El que lo escribe la tiene limpia y pura. Lo dice su psiquiatra.