El falsificador (I)
(y ahora, en este relato o memorial en que no pienso callarme nada, voy a callarme el nombre, a silenciar la identidad del camarada que fabricaba nuestra documentación, ese camarada al que tantos debemos la libertad, y algunos la vida, porque eran los papeles que fabricaba o amañaba tan prodigiosamente parecidos a los auténticos que nadie podría sospechar de ellos; y alguna vez le he visto trabajar, manejar casi amorosamente las tintas, las gomas, los plásticos, los colores, las imprentillas, los hornos, en un taller donde los documentos falsos adquirían categoría de objetos artísticos, de salvoconductos fraternales para cruzar los posibles temporales de la vida clandestina; y voy a callar su nombre, y al callarlo, recordarlo, celebrarlo en mi memoria, ese nombre no nombrado, porque ¿quién sabe?, quizá sea todavía necesaria en el porvenir su diabólica, o angélica, habilidad, su genialidad de falsificador, y en todo caso uno de los falsos documentos de identidad que me había fabricado ostentaba el nombre de Agustín Larrea, por el cual me conoció Luis Miguel Dominguín).
Jorge Semprún. Autobiografía de Federico Sánchez.
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